Sensaciones desde Doha

Sábado 17 de diciembre de 2022. Doha, Qatar. Siempre me ha gustado la previsibilidad. Poder organizar mi vida de tal manera que no haya sorpresas. Cuando se dan, y las hay muchas en mi historia, deben ser por circunstancias extraordinarias.
Hoy debería estar en mi casa en Rauch, con la expectativa centrada en el partido final de la Copa del Mundo de fútbol. Sin embargo, estoy aquí, en este mediodía de locos en el Barwa Barajhat Al Janoub de Doha, en un departamento solo, donde a la distancia se escuchan los gritos de muchos de los argentinos que viven las horas previas al partido con un estado de excitación y ansiedad difícil de controlar. La incertidumbre ante la falta de la entrada para mañana ante Francia, amplifica este estado.
Comparto el cuarto con Lisandro, un pibe de Palermo (tiene 31 años, pero para mí es pibe) que lo vive con la misma intensidad, pero como un hecho tal vez más trascendente. Nunca vio a la selección campeona del Mundo, y eso genera una expectación mayor, en una generación entera que aguarda con ansias la coronación. Las mismas aspiraciones en definitiva que tenemos todos. Lionel Messi, lo que representa en nosotros los argentinos, lo que significa en el mundo… nadie puede desear otra cosa que verlo levantando la ansiada Copa. Quedará para siempre en nuestras retinas -dentro de los cientos de recuerdos que nos llevaremos de esta Doha exótica e inexplicable- esa imagen de qataríes, indios, pakistaníes, de Omán, de Kenia, japoneses, chinos y de los lugares más recónditos del mundo, vistiendo la camiseta de Lio. Tal vez ahí radique la explicación del porqué de esta locura por las entradas de mañana: nadie quiere perderse “el último baile” del 10.
Sigue la música afuera. Ahora se escucha al Potro Rodrigo con La Mano de Dios, ese himno al Diego, tan escuchado estas semanas aquí, para el otro icono nacional del fútbol, esta vez un poquito más relegado por la imagen imponente y actual de Messi. En un rato habrá un nuevo banderazo en el centro comercial de Doha. Ahí se mezclarán los alientos pensando en el partido y los reclamos por entradas, para el mismo evento. El Mundial llega a su fin, y las sensaciones encontradas también lo son para mí. Este subibaja emocional en el que quiero desesperadamente volver ya, después de casi un mes, y el pretender que este sueño mundialista no acabe nunca.
Han sido 30 días hasta aquí frenéticos, de cultivar una cultura absolutamente nueva para todos nosotros. De compenetrarnos con una vida tan distinta y extraña, que resulta difícil de asimilar, pero que, una vez que empezamos a amigarnos con ella empezamos a comprender un poquito más. Qatar tiene seguramente todo lo malo que se le reprocha. Y en parte lo pudimos comprobar. Y también posee infinidad de potencialidades que conocimos y disfrutamos. Imposible atesorar tanto en una memoria siempre frágil. Habrá que empezar a escribir para recordar. Sí me quedará el cariño y apoyo que he recibido todo este tiempo desde Rauch, y de cada uno de amigos en cualquier lugar del mundo que han compartido cada una de mis historias desde aquí. Esto igual aún no acaba. Ya les contaré un poco más.

Desde Doha (y la nostalgia infinita), Adrián Rubén Rodríguez.

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