A Liliana Aizpurua
Como los gigantes de Rabelais, variaba su tamaño,
-lo hacía para ayudarnos a simular la diferencia –
siempre fuimos a su respecto, pequeños.
Los hombres y las cosas fuimos, al lado de él,
pequeños.
Si entraba en una Corte, la Corte y el caso que iba
a defender, estaban por debajo de su alzada.
Cuando ingresaba al Recinto, el hemiciclo se
abarataba.
Todo Ministerio fue para él minúsculo; su servicio
fue una pulsión secular.
Al llegar al pueblo, suscitaba un murmullo de polis en
el ágora.
y cuando partía, la plaza se trocaba en mercado
y los pipiolos se enseñoreaban del comité.
Pequeña también le quedó la vieja divisa;
como patrón de la nave que se va a pique,
la abandonó cuando ya no pertenecía a nadie.
Que espíritu desmesurado para el siglo!!
Hace unos días se mudó al corazón del pueblo.
Los propios, los antagonistas y los indiferentes
sabían que un costado suyo había sido tocado por
el ala de un ángel.
Demasiado grande para nosotros,
Que decir para la mujer que lo amó.
Carlos Echevesti