Carne viva/ Escribe Bruno Celiberti

El Toto era el camionero más conocido del pueblo. Una mañana llegó de un viaje por el norte argentino con mucha ansiedad por comer un rico asado con sus amigos. Y también, por supuesto, por dormir una siesta con su amada esposa, a la que tanto extrañó.

“Muchachos, ya llegué al pueblo, ¿Cuánta plata hay que poner para el asado?”, fue lo que escribió en el grupo de WhatsApp para organizar las compras de la noche mientras doblaba a la derecha para esquivar la avenida con su enorme camión.

Apretó enviar y lanzó un enojo al aire cuando casi se le escapa el volante de la mano. Cuando volvió a doblar para tomar la calle de su casa vio a la policía, por eso dejó con cierto disimulo el celular en el tablero y miró hacia adelante. Los saludó amablemente y volvió a mirar el aparato para ver las respuestas que daban.

Su cara se iluminaba con el brillo de la pantalla. No podía evitar reírse mientras miraba las discusiones. Se peleaban porque algunos no querían poner 300 pesos y otros querían poner hasta 500 pesos. Pero la sonrisa de Toto se desdibujó, cuando vio por el espejo que un patrullero hacía señas para que se detenga.

—Bájese por favor, Toto —Dijo José, la mano derecha del comisario.

—¿Qué pasó José? —Respondió sin saber si reír o ponerse serio.

—Bájese de inmediato —Fue tajante.

Cuando bajó del camión, los policías le mostraron la rueda trasera. No era negra como las demás, sino que tenía un color rojo espeso. No era por una lata de pintura sino más bien se podía ver claramente que era sangre. Y además como si fuese poco, había carne por todos lados, en el dibujo de la cubierta, en la llanta y hasta en el guardabarro de la goma. Una escalofriante escena que casi hace desmayar la pobre de Toto.

—Nos va a tener que acompañar —Con dolor esbozó José.

—Te juro…te juro que no sé qué pasó… —Contestó contemplando el paragolpes que había recibió todos los pedazos de carne que la rueda había expulsado.

El camionero más querido del pueblo estaba triste. Y más aún cuando le dijeron que Josefina, una nena de siete años, había desaparecido veinte minutos antes. Se había perdido cuando jugaba con sus amiguitas del barrio y todo parecía indicar que se había encontrado el sospecho de haberla atropellado.

Se sentó en un banquito de la comisaria, hizo una serie de firmas en un papel y lo encerraron en la cárcel un rato largo.

—¿No la viste cruzar la calle? —Preguntó el comisario Guevara con mucha curiosidad por el caso.

—No sé, Comisario… me desconcentré porque vi el celular, cuando no debía…no sé…no sé qué pasó… —Se sinceró mientras sus manos temblaban y su cabeza gacha buscaban una respuesta que no encontraba.

El silencio del lugar fue interrumpido por un griterío infernal. Una señora y el carnicero Luis, discutían en la entrada. La mujer era Coca, una mujer de seis décadas que tiene la fama de tener un carácter muy bravo y Luis por ser pésimo en el rubro de las carnes. Coca estaba furiosa porque se había olvidado la bolsa en su negocio y Luis le aseguraba que se la había llevado.

—No puede ser lo que decís. — Le gritó enojada ella —  Llegué a casa con tres bolsas, que eran las del supermercado de Borges y me faltaba la tuya. Esta noche tendré que hacer otra comida para mi nietita. — En verdad la comida era para ella, solo buscaba que sintiera el golpe bajo y que diga lo que realmente pasó.

En ese momento entró José a la comisaria con mucha prisa. Tenía en su mano la carta del perito del accidente firmada y sellada. Coca y Luis, cesaron su pelea sin entender la situación y comenzó a leerla en voz alta, ya que él era un excelente orador.

“Hola Comisario Guevara: Después de 20 años de carrera nunca vi algo igual. Realicé el ADN y los resultados fueron realmente sorprendentes. Los pedazos de carne eran dos kilógramos de carne picada, medio kilo de vacío y algunas achuras. Así que, con mucho respeto le diré tres cosas:

La primera es que nunca más voy a volver a este pueblo que lleno de locos. La segunda es advertirle al carnicero que su mercadería es de malísima calidad. Nunca le compraría nada aunque me estuviese muriendo de hambre. Y la última, es que en la plaza hay una niña escondida en el tobogán, me dijo que no quiere salir porque perderá a las escondidas con sus amigas. ¡Vayan a buscarla!”.

Después de la lectura todo cambió. El Toto fue liberado y nunca más manejó mirando el celular. Josefina, aprendió que lo importante es divertirse con sus amigas. Luego, Coca y Luis, se juntaron a comer unas chuletas al disco esa misma noche y se rieron del problema de la bolsa hasta la madrugada. Y el pueblo, dejó las locuras de lado para volver a la cotidiana tranquilidad.

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